La explotación artificial de nuestra vida
A pesar de que estamos manteniéndonos sobre una línea social que fomenta la evolución del pensamiento crítico, sucede un péndulo que amplía el espectro de su nulificación por aceptación cuantificada. Actualmente somos partícipes de varias realidades que suceden, fragmentadas entre ellas mismas por la tecnología que nosotros hemos generado. La tecnología más que nunca ahora permite la máxima difusión, pero la tendencia social apunta a que la mayor difusión la tiene quien más atención recibe, independientemente del valor de su mensaje. Esto es un hecho. A efectos prácticos, se han formado comunidades donde el que más atención recibe por la imagen que transmite es quien llega a la superficie y es visto por el resto del mundo. Esto ha incitado al mundo a moldear su imagen y su persona en base a lo que recibe dentro de las comunidades sobre las que ha decidido entrar, voluntaria o involuntariamente, y ha dejado que la influencia externa basada en un modelo de negocio abarque los huecos vacíos de su mente, reflejados como opiniones sin desarrollar. Estas opiniones que podrían empezar a florecer por fundamentos propios, ahora, se ven marchitas porque florecen otras opiniones, aunque estas hayan sido formadas para conseguir visibilización. Tras la influencia, la sensación que uno tiene por individual es la identificación con la comunidad sobre la que se ha visto involucrado.
Esto es una droga. La sensación de pertenencia a una comunidad ha potenciado la deconstrucción de una personalidad a favor de una validación externa. No hay nada que motive más al ser humano que la dopamina, y, esta, descontrolada, o cuyo sistema ha sido explotado como un modelo de negocio, aprovecha la mayor vulnerabilidad que el ser humano tiene, siendo su debilidad por el placer. Por desgracia, esto se normaliza con el auge de las empresas aprovechando esto. Es común ahora ver adictos a la pornografía, quienes, en su momento, empezando por cualquier vídeo de sexo, fueron aumentando su espectro de dopamina y poniendo aún más lejos la meta del placer, que es la recompensa que recibe el ser humano. Por ello, uno acabará viendo vídeos degradantes, porque en la degradación se mezcla el exotismo. Uno no ve todos los días una humillación dedicada. De hecho, cuanto más degradante sea un vídeo, más exótico es y más recompensará al consumidor, porque es algo que se ve menos. A mayor sea el espectro, mayor tendencia a buscar vídeos de este tipo. Se hace hasta natural verlo desde un punto de vista externo, porque esta decadencia ha sucedido por ser víctima de la explotación de un factor biológico. Volviendo para atrás, esto sucede por la explotación de nuestra motivación como modelo de negocio, y con la dependencia exponencial que uno tiene sobre la tecnología y la capacidad que tiene el ser humano de renunciar a sus características biológicas para un consumo mucho más conveniente, se ha hecho mucho más fácil la puerta de acceso a la hormona que hace que el individuo tenga el engagement sobre algo, aunque no le interese.
Quizás hayas visto a gente que abre TikTok para pasar el rato. Como ejemplo, uno estará más de 30 minutos, inexpresivo, y finalmente encontrará un vídeo que le hará reir de más. Posteriormente, apagará el teléfono. Ya no le apetecerá ver TikTok por el momento, ese vídeo le ha hecho el día. Esto no es una reacción natural. En el momento en el que se ríe es cuando ha obtenido una sobreestimulación y sus receptores de dopamina han tocado picos. Es ahí, en ese momento, que el subconsciente empieza a interiorizar que uno realmente necesitará TikTok para cubrir los momentos donde más se aburra. Porque el aburrimiento no genera dopamina, TikTok sí, y el ser humano quiere dopamina para sentirse bien. Es aquí donde se genera la adicción, pero nadie quiere verlo. Contrastémoslo con los inicios de la adicción a la pornografía y veremos símiles. Ahora lo contrastaremos con el desarrollo del interés de un hobby.

La gráfica del efecto Drunning-Kruger es universalmente válida para todos los aspectos donde influye la dopamina.
Inicialmente, pensaremos en el efecto Drunning-Kruger sobre un hobby. El individuo que empieza a interesarse por un hobby, al demostrar sus competencias sobreestimará sus habilidades. El primer pico es el más alto y donde más sobreestimulará al individuo con dopamina, sobreestimando su realización basada en sus expectativas y lo bien que lo ha hecho. Pasado este pico, si sigue interesado en seguir con su hobby, dificilmente saldrá de ahí porque realmente está interesado. Un negocio cuyo beneficio se basa en la explotación de este aspecto interferirá artificialmente en cómo uno obtiene su interés por el tema. En la grafía, cambiemos “confianza” por “dopamina generada” y “competencia” por “tiempo de uso. Después del pico inicial de dopamina, el usuario buscará volver a sentir ese pico, y por ello se hará adicto, porque lo conseguirá después de un tiempo de estar consumiendo contenido que poco le va a hacer más que suplir su necesidad de dopamina. No es contenido que tenga valor, sino que está diseñado para hacer al usuario dependiente de su plataforma.
Dado que este tipo de engagement se normalizó en la pandemia, el mundo te dirá que todo lo que consumas y que te pida el cuerpo es adicción, pero el tener la necesidad involuntaria de ver una cadena de vídeos infinita hasta llegar a un pico de estímulo que te recompensa por ello no lo es, aunque el resultado entre un adicto a las sustancias convencionales al consumirlas, y un consumidor de plataformas que explotan esto como modelo de negocios sea el mismo. Ambos obtienen la recompensa por haber alcanzado ese estímulo. La diferencia entre un adicto a las sustancias convencionales y la de un consumidor de TikTok es que el adicto tiene más idea que este último de lo que es una adicción, y el consumidor de TikTok sólo pretende ver que no tiene una adicción para justificar un tiempo de ocio drenado por sus impulsos.

comentarios (0)
comenta en el post
No hay comentarios todavía.